Estructurando la literatura fantástica

Cuarta entrega de los informes Ouróboros. He elegido este artículo porque viene al pelo de mi última reflexión, De géneros y anteojeras, el cual tenía su semilla en esta entrada de Prospectiva, firmada por Antonio Santos (Memento mori, fantasía); y ya puestos a citar artículos ajenos, no dejaré atrás a De géneros, generalidades y etiquetas en general, de mi amigo Israel.

El artículo se escribió en su día como una reflexión sobre el género, cómo se estructura, y ante el descontento que sentíamos ante dicha estructuración, una propuesta de la misma y unas pocas normas para elaborar etiquetas con más sentido. En cualquier caso, aquí lo tenéis:

1. Resumen

Este texto pretende cumplir con cuatro objetivos:

a) Plantear la problemática existente con la estructuración del género fantástico.

b) Definir de manera formal el género fantástico.

c) Razonar una estructuración que facilite el análisis de cualquier obra de contenido fantástico.

d) Proponer normas y una serie de etiquetas lógicas para el uso estético y comercial.

No se pretende entrar en disquisiciones sobre las teorías de géneros. El presente enfoque acepta y se basa en los géneros temáticos, constituidos en un análisis indispensable y paralelo al del clásico género literario para cualquier libro.

2. Problemática Actual

Cualquier lector de fantasía puede constatar enseguida la enorme confusión que existe con las etiquetas de género, etiquetas dispuestas casi siempre por decreto comercial y en línea con colecciones de mucho éxito y que enseguida revelan escasa calidad; por desgracia, estas etiquetas no obedecen a ningún criterio lógico y literario, solo estético. El problema reside en que los nombres que las editoriales otorgan a los géneros tienen, por norma, un gran impacto en la población lectora. Debido a este efecto editorial, sería muy deseable que no se tomaran decisiones al respecto tan a la ligera. Por poner uno de muchos ejemplos, cierta edición inglesa de la afamada obra El Señor de los Anillos contiene un prólogo editorial que dice de la historia: a classic of science fiction[1]. Tan evidente como craso error: el trasfondo con que Tolkien dotó a su obra puede calificarse de cualquier cosa, menos de científico. Y como nadie negará que es una fantasía, decir que se trata de una ficción constituye otro error, como se verá enseguida. Pero hay más: el siguiente criterio, de curiosa simpleza, se aplica a menudo para catalogar libros de fantasía: ¿es su contenido futurista? Si la respuesta es sí, sin duda pertenece a la ciencia ficción. Si la respuesta es no, dependerá de otros factores discutibles, como la presencia de cierta tecnología en la historia. Ante esta osada afirmación, más de un lector se sonríe incrédulo: la tecnología es ciencia ficción… ¡De toda la vida!

Cierto, pero según un criterio erróneo. Antes de pasar a un ejemplo, procede primero analizar de manera formal la etiqueta ciencia ficción.

• Ciencia. Este término hace referencia al conocimiento de las cosas por sus principios y sus causas.

• Ficción. En literatura se refiere a todo lo que no es real, pero sí posible.

Entonces, es obvio que la etiqueta ciencia ficción deberá cumplir ambos requisitos. Es decir, una obra adscrita a este género será una ficción con carga científica en el trasfondo.

El problema, llegados a este punto, estriba en que la temática literaria se clasifica típicamente en tres bloques fundamentales, a saber:

• Ficción. Como se decía, cubre lo plausible.

• Testimonio histórico. Biografías, crónicas de la historia, etcétera.

• Fantasía. Describe aquellos hechos imposibles y las maravillas. No cabe lo histórico. Tampoco cabe la ficción, ya que abarca solo lo posible.

Es obvio que un libro puede contener las tres temáticas. A la hora de realizar clasificaciones, el libro ha de situarse con la temática que lo define en conjunto. En ese caso, una novela de fantasía no puede serlo a la vez de ficción: se ha producido un fallo claro de semántica. Como se verá más adelante, una etiqueta bastante apropiada, si bien solo válido para un ámbito mucho más cerrado de libros, sería la fantasía científica, donde lo fantástico se explica —hasta cierto punto— en base a preceptos científicos.

Expuesto esto, es el momento adecuado para el ejemplo prometido: y es uno que todo el mundo reconocerá: La Guerra de las Galaxias. ¿Puede realmente llamarse ciencia ficción? Obviamente no, a tenor de la exposición precedente. ¿Y será acaso una fantasía científica? Incluso sin la definición formal que le dará más adelante a este término, ya parece poco probable: la supuesta tecnología de la historia no tiene fundamento científico de ningún tipo; leyes físicas y biológicas se rompen sin ton ni son; hay desde láseres con estelas visibles y asombrosamente lentos, al sonido de las naves en el vacío con efecto Doppler incluido, pasando por curiosos saurios capaces de vivir sin atmósfera en un asteroide. Pues bien, esta historia exuda tecnología por los cuatro costados. ¿Dónde está la carga científica, pues? La respuesta es evidente: en ningún lado. La tecnología funciona aquí como una estética con el objetivo de dotar verosimilitud a determinados hechos fantásticos.

Volviendo al hilo del efecto editorial, se han producido notables confusiones con la catalogación del género fantástico en su línea más mitológica y mágica: se tiene que la obra de Tolkien, elevada por la crítica hasta la más altas cimas, tiende a distinguirse de las obras de escritores que siguen sus pasos, quizá por la notable ausencia de calidad de algunas de estas. Así que, si El Señor de los Anillos se pudiera encuadrar según unos en el género de la High Fantasy, otras obras, como la famosa Dragonlance, pertenecerían a la Fantasía Épica. Para seguir confundiendo al interesado, aparecen también en escena etiquetas como Épica Fantástica o Fantasía Mítica. Los libros de Howard reciben, a su vez, el apelativo de Fantasía Heroica. Y Leiber acuñó Espada y Brujería. Al final, todas estas etiquetas se utilizan sin ton ni son. Por ejemplo, la etiqueta Fantasía Heroica. Por su definición, este género alcanza toda novela fantástica que contenga héroes y actos heroicos. Hasta aquí, todo va bien. Pero quedan como ejercicios para el lector:

a) Demostrar que historias como La Guerra de las Galaxias, Dune o Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas escapan a esta etiqueta.

b) Demostrar la alegre y popular afirmación de que El Señor de los Anillos no se encuadra en esta etiqueta.

3. Definición de género fantástico

Antes de cualquier análisis, lo primero es determinar el concepto que se pretende estructurar. En definitiva: ¿qué es la fantasía ?

Un primer intento de definición: la fantasía es lo imposible.

Bien, de acuerdo; pero, ¿qué es imposible? En muchos casos, lo que hoy parece imposible a nuestros ojos mañana no lo es. La ciencia y la tecnología evolucionan a sorprendente velocidad. Muchas de las obras de Jules Verne constituyen un claro ejemplo de esto. Su submarino, su ciudad futurista o su viaje a la luna son cosas hoy en día superadas. No conviene una definición tan voluble: la clasificación de muchos libros irá al garete en cuanto el estado de evolución tecnológica de la sociedad lo alcance. Como norma, toda catalogación requiere de estabilidad; debería estar pensada para facilitar la comprensión de quien procura entender el conjunto de la materia. En definitiva, es una herramienta docente y de trabajo que pretende ser útil. El hecho de que pueda variar con el tiempo constituye un absurdo. Al buscar un criterio de clasificación se hace necesario asegurar que este no cambiará. Pues bien: la forma de conseguirlo es establecer la época de creación del texto como marco de referencia para su análisis.

Segundo intento: lo fantástico es lo indemostrado para el conocimiento de la sociedad de la época en que surge el texto.

Bien: entonces se plantea la pregunta: ¿acaso las obras de Verne han dejado de pertenecer al género fantástico? La respuesta es. que no. De la misma manera, tampoco se puede viajar a la velocidad de la luz o realizar aquí y ahora viajes temporales a través de agujeros de gusano, aunque existan múltiples estudios teóricos de considerable profundidad al respecto. Por esto mismo, la mal llamada ciencia ficción pertenece, sin dudas, al género de la fantasía: lo que propone cualquiera de los libros de la ciencia ficción no es viable en el momento de su creación y, por lo tanto, no es ficción. En el caso de que sí se pudiera realizar parece más sensato encuadrar esa historia en el posible género de la ficción científica, que queda, como su nombre bien sugiere, fuera de los objetivos de la presente discusión.

Entonces, una vez concretada la definición de lo fantástico, toca establecer de manera formal el género fantástico. Resulta sencillo: si un libro pertenece a dicho género, debe contener elementos de indemostrable existencia para el conocimiento de la sociedad de la época en que surge el texto.

¿Y cuáles serán estos elementos? Hay de dos tipos, que a efectos de claridad expositiva se denominarán aquí inverosímiles y verosímiles, respectivamente. Los primeros son aquellos que no existen ni resultan verídicos. También en este caso se encuentran dos clases:

a) Fantasmas, vampiros, licántropos, magos, poderosos amuletos… En definitiva, el elemento de la maravilla sacado de los mitos y del folclor.

b) Tecnología futurista (armas láser, hiperespacio, viajes en el tiempo…) En este caso, por mucha carga científica contenida en el argumento, siempre existe un punto de fe que el lector deberá aceptar, sobre el cual se monta toda especulación imaginable. De lo contrario, tal tecnología sería factible.

También hay ciudades, sociedades, lenguas…, hasta mundos enteros inventados, que son verosímiles por su naturaleza intrínseca, de acuerdo con la Historia y la Sociología, sin perjuicio de que esas entidades verosímiles puedan recibir modificaciones a través de los elementos inverosímiles descritos más arriba.

En conclusión, el género fantástico abarca a todas aquellas obras que utilizan elementos de existencia indemostrable en el momento en que el escritor la saca a la luz, sean verosímiles (sociedades…) o inverosímiles (mito o tecnología).

4. Estructuración formal

Una vez fijada la definición, parece natural elaborar la estructura de análisis sobre la propia definición, o al menos parte. Se trata, en el fondo, de medir de alguna forma los elementos que la componen.

Lo primero a considerar: ¿cuánta fantasía hay en el libro? Frente a uno con gran presencia de elementos no demostrados, existen otros con una densidad de los mismos mucho menor, hasta tal punto que la presencia de lo fantástico sea apenas un toque, un matiz concreto aquí y allá.

En segundo lugar, los elementos verosímiles abarcan la creación de sociedades en cualquier escala. Estas sociedades se inspiran en, al menos, una determinada época histórica. Así, parece apropiado medir la diferencia de evolución tecnológica entre el tiempo del autor y el tiempo narrativo. La tecnología de la sociedad fantástica estará más evolucionada o menos que la del autor; también hay que contemplar el caso de que ambas sean parecidas.

Por último, para los elementos inverosímiles, como magia, dioses, espadas de luz, el vuelo por el hiperespacio de una nave… ¿Qué convendría medir en este caso? Podría pensarse en grados de verosimilitud; pero eso resulta demasiado intangible. En realidad, de cara a la historia, lo que importa no es cuán fantástico resulta un elemento, sino la justificación narrativa que el escritor le busque. Por eso, otro punto a medir es la manera de explicar lo inverosímil. ¿Lo llamará magia el autor? ¿Envolverá el elemento inverosímil con explicaciones detalladas y científicas? ¿Lo deja en el plano de la maravilla? ¿Plantea una estética de mitos o de tecnología?

Hasta aquí, toda la disertación del presente apartado constituye el criterio interno de análisis: trabaja con los elementos que definen la fantasía literaria. A continuación se expone el esquema que ilustra y concreta lo explicado.

1) Presencia de lo fantástico en la historia.

a. Fuerte.

b. Media.

c. Débil.

d. Escasa.

2) Diferencia tecnológica de la sociedad fantástica respecto a la del autor:

a. Más evolucionado.

b. Menos evolucionado.

c. Idéntico o comparable.

3) Justificación (predominante) que se da al elemento inverosímil:

a. Maravilla: no se explica.

b. Lógica.

  • i. Científica.
  • ii. Filosófica.

c. Estética.

  • i. Tecnológica.
  • ii. Mítica.

Quede claro que, a priori, las opciones no son excluyentes entre sí. Por lo tanto, una obra cualquiera podrá cumplir varios requisitos simultáneamente.

Y ahora toca, frente al criterio interno ya desglosado, centrarse en el criterio externo a la definición, que medirá su relación con el mundo real. Por ejemplo: ¿qué elementos de ficción literaria se han cruzado con el género fantástico para crear todo un subgénero en sí mismo? Con repasar a autores como Lovecraft, Howard o Asimov, entre otros, surgen respuestas muy claras: El horror, la espada o el espacio. Qué duda cabe, no son las únicas posibilidades.

Otra pregunta interesante: ¿qué relación guarda la ambientación de la fantasía del autor con el mundo real? Muchas novelas pueden estar ambientadas en un mundo sin ninguna relación con el mundo real. Otras historias sugieren una relación pequeña, anecdótica. En otro caso, el mundo real y el fantástico se solapan de alguna manera, lo que da lugar a un conjunto de posibilidades (paracronismos, ucronías…) englobadas, por conveniencia de análisis, en metacronías. El prefijo griego meta- abarca significados varios: mutación; más allá de, que engloba; después, posterior;por el medio[2]Junto a, después de, entre o con [3]. Este neologismo designará, en definitiva, cualquier especulación temporal contemplable.

De esta manera, el análisis del criterio externo queda en:

1) Cruce con conceptos de la ficción/realidad que marcan el argumento.

  • a. Espada
  • b. Espacio
  • c. Horror
  • d. Otros.

2) Relación con el mundo real.

  • a. Totalmente independiente.
  • b. Dependencia sugerida.
  • c. Metacronía.

De nuevo, se deja abierta la posibilidad de múltiples elecciones del esquema, para no incurrir en error ante cualquier obra que pueda abarcar indistintamente varias posibilidades.

5. Nomenclaturas rápidas y estéticas

En este terreno prima mucho el gusto personal; de todas formas, sí se pueden establecer unas normas fijas nacidas del buen sentido común:

a) No hay que utilizar términos ingleses como steam-punk o pulp: la lengua castellana posee recursos más que suficientes para encontrar soluciones.

b) La etiqueta debe guardar una relación semántica directa con el subgénero que pretende designar. Un ejemplo de etiqueta que falla con esta premisa: Ciencia Ficción.

c) La etiqueta no debe prestarse a confusiones. Un ejemplo de etiqueta que no cumple esta premisa: Fantasía Heroica.

A continuación se exponen ejemplos de etiquetas recomendables, de muy asequible comprensión, visto el análisis del apartado anterior.

1) Espada y Fantasía.

2) Horror Fantástico.

3) Fantasía Tecnológica.

4) Fantasía Científica. Recomendada también por M. Seco en su Diccionario de Dudas[4], se corresponde explícitamente con la etiqueta inglesa hard science fiction.

5) Fantasía Espacial.

6) Realismo Fantástico. Para aquellas obras donde predomine la ficción claramente sobre la fantasía.

7) Fantasía Metacrónica

6. Bibliografía

[1] The Lord of the Rings, J.R.R. Tolkien, HARPER COLLINS paperback edition, 1995.

[2] Diccionario de la Real Academia Española, ESPASA CALPE, 21.ª edición, 1992.

[3] Diccionario general de la Lengua Española, VOX, 1a edición, 1997.

[4] Diccionario de Dudas y Dificultades de la Lengua Española. Manuel Seco, ESPASA CALPE 9.ª edición.

© 2003, Zaral Arelsiak, José María Bravo, Óscar Camarero, María de los Ángeles Flores, Israel Sánchez. Publicado bajo licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-No Derivadas 3.0 Unported.