El camino de las sombras, de Brent Weeks

Siento una especial debilidad por las historias de asesinos. El Camino de las sombras (Plaza y Janés, 2010) va precisamente de eso, como puede deducirse al ver la ilustración de cubierta. Es la primera novela de la trilogía El Ángel de la noche y opus primum del norteamericano Brent Weeks, al que esta trilogía ha convertido en uno de los autores revelación de la literatura fantástica anglosajona.

Sinopsis:

No hay ejecutor más temido en toda Cenaria que Durzo Blint. Los ejecutores, los maestros del oficio amargo (como se conoce al arte del asesinato), no son simples asesinos. De hecho, la comparación les ofende. Porque los ejecutores tienen a su disposición el Talento, como se conoce a la magia en el mundo de la novela, el cual les permite realizar proezas sobrehumanas, habilidades telequinéticas o  la proyección de ilusiones (como sombras que los oculten o disfrazar su apariencia, algo de suma utilidad para su oficio).

En la ciudad de Cenaria hay dos fuerzas en liza: una, oficial, la del rey, y otra, oficiosa, la del Sa’kagé, una organización criminal que controla todas las actividades criminales de la ciudad. En esos mismos bajos fondos controlados por el Sa’kage malvive Azoth, un niño de la calle, como otro «rata» más de los que componen las bandas callejeras de huérfanos. Cuando Azoth se ve amenazado por otro chaval de mayor edad decide que quiere ser como Durzo Blint, para no tener nunca más miedo. Y a partir de ahí, hará todo lo posible porque el ejecutor lo acepte como aprendiz del oficio amargo.

Reseña:

Si aplicáramos a esta novela la clásica división en tres actos, el primero —el mejor con diferencia, a mi juicio— narra las peripecias del protagonista en los bajos fondos de Cenaria; el segundo, los años de aprendizaje con el maestro Durzo y los acontecimientos que forjarán la relación entre ambos; y el tercero, en el cual se desarrollan por fin los acontecimientos de la trama que llevarán al desenlace.

La historia se cuenta mediante narradores parciales, en bastante número, si bien solo unos pocos son constantes a lo largo de la historia, y el resto de puntos de vista solo protagonizan escenas sueltas, e incluso hay casos en los que solo se emplean una vez. Esto, que podría conllevar cierto problema de continuidad para la historia, no me supuso mayores molestias más allá de tener que releer algunos pasajes para situarme tras algún que otro giro argumental.

En cualquier caso, la historia se lee con admirable fluidez. El desarrollo de la trama consigue mantener el interés a lo largo de las casi 600 páginas de la novela gracias a una estructura muy lograda. Los giros argumentales son muy buenos —sobre todo, en el acto primero—, si bien acaban por provocar cierto agotamiento en el último tramo del libro, debido a que el autor abusa de algunos recursos dramáticos, de los que no puedo decir mucho sin destriparos el argumento; baste decir que hay muchas resurrecciones. Demasiadas, quizá en el límite de verosimilitud de la historia.

Y en cuanto a los personajes, la relación entre Durzo y Azoth está bien traída. Obedece al casi irremediable por clásico arquetipo mentor/alumno, con todos sus clichés: maestro duro pero de buen corazón adiestra a aprendiz, y este pasará de la admirarlo a distanciarse de él y sus enseñanzas, hasta al inevitable enfrentamiento final entre ambos. (La otra variante clásica, por cierto, es la de la muerte del maestro a manos del antagonista, para que el protagonista lo vengue.) No obstante, es justo decir que Durzo Blint tiene lo justo de buen corazón y un mucho de cabrón despiadado.

De entre los personajes secundarios, me quedo con Mama K (curioso nombre), una exprostituta (cortesana, para ser más elegantes) que controla toda la prostitución de Cenaria como parte del consejo del Sa’kagé. Por si se lo preguntaban, hay una historia de amor adolescente, bastante atípica, por cierto.

Sobre el argumento, la verdad es que me ha decepcionado un tanto. La trama de fondo, por así decirlo, la cual gira alrededor de ciertos artefactos mágicos, me pareció de escaso calado, apenas una excusa argumental como motor de los acontecimientos, a modo de MacGuffin. De todos modos, no es algo realmente importante en la historia, frente a la trama en sí y el desarrollo de los personajes.

Acerca de la ambientación de la historia no hay mucho que decir. No es, desde luego, uno de los puntos fuertes de la historia. Podría tachársele de cierto actualismo. El retrato de Cenaria y su mundo, incluso la elección del vocabulario de sus personajes no favorece ese cierto toque arcaico que (a mi juicio) tanto favorece a las novelas de fantasía con ambientación de época. (Sí, sé que juzgo una traducción y no la obra original, pero en las reseñas en lengua inglesa que he leído también se señala esto mismo.)

Parece que las nuevas reglas del género fantástico imponen el uso (no sé si abuso) de elementos sucios y truculentos. Esta novela tiene de esos elementos, sobre todo en su primer acto, con algunas escenas de violencia y abusos sexuales entre niños (implícitas, eso sí, nunca explícitas), y una desfiguración de bastante crudeza. Sin embargo, pese a esas pinceladas gruesas, la novela tiene cierto aire de intrascendencia, por así decirlo, que unido al actualismo que he comentado antes me hizo difícil tomarme en serio los momentos más dramáticos de la historia, sobre todo hacia su conclusión.

Sobre el tratamiento del elemento preternatural, la magia en esta historia (porque no hay otros elementos fantásticos, como razas no humanas, por ejemplo), es lo que menos me ha gustado de la historia. La magia es algo banal y formulaica, propia de visiones al uso en videojuegos o juegos de rol, ya muy gastadas. Es cierto que el autor define bien los fundamentos del sistema mágico, pero le faltan dos ingredientes clave: sentido de la maravilla y credibilidad. A su favor, es muy espectacular, sobre todo en el caso de la magia de los brujos (llamada vir), que se representa como un parásito mágico que cohabita con el usuario.

Por último, en cuanto a las escenas de acción, bastante abundantes, los combates distan mucho de ser realistas; nada extraño teniendo en cuenta que se emplea la magia durante los mismos. Hay que decir que son llamativos, con cierto aire a película de cine Wuxia (de chinos, para que me entiendan; tipo Tigre y Dragón o Hero).

Como conclusión, El camino de las sombras me parece una novela conseguida, buena como entretenimiento, pero no demasiado notable y sin visos de relectura. Queda por ver si en su continuación, Al filo de las sombras, ya disponible, el autor lleva la trilogía por buenos derroteros. La buena noticia es que los lectores podrán disfrutar de esta saga sin tener que esperar las continuaciones; la última parte, Más allá de las sombras, saldrá el próximo mes.